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Alergia e intolerancia alimentaria - la leche



LA ALIMENTACIÓN
Nuestro organismo ha evolucionado millones de años con elasticidad y adaptación creciente, alimentándose siempre con mayor variedad aumentando así la posibilidad de supervivencia.
Sin embargo algunos tienen dificultad en comer algunos alimentos, otros reaccionan a ciertos ingredientes, otros son alérgicos, otros, intolerantes y otros nada de todo esto.
Así, quien no puede tomar leche puede crearse la regla ¨la leche hace mal¨, alguno la de ¨la carne hace mal¨, o también que en cambio ¨la soja hace bien¨, ¨la espirulina hace bien¨, etc.
A menudo de estas dicotomías se harán reglas generales, y así muchas dietas fuerzan privaciones y concentraciones en base a creencias particulares.
Este modo maniqueísta de relacionarse con la comida crea un mundo dividido en dos, amigos y enemigos, buenos y malos, cosas que se pueden tocar y cosas que no se pueden tocar, una actitud que mentalmente da seguridad e identidad (YO soy vegano, crudívoro, paleolítico…), pero que biológicamente puede ser visto como ¨ese nutriente no me es concedido¨.
Una jaula en la que nos encerramos y que pone en contradicción al organismo, en un conflicto con un recurso primario como lo es la comida. 

ALERGIA E INTOLERANCIA
Veamos la evidencia.
¿Se puede decir que un alimento es alergénico? ¿que causa intolerancia?
Si una persona toma leche y se pone mal del intestino, si otra toma leche y le salen manchas en la cara, si otros 3 toman leche todas las mañanas durante toda la vida y crecen fuertes, ¿se puede decir que la leche, de por sí, hace mal?
¿Y aquellos que toman leche y tiene descalcificación de los huesos (osteoporosis, conclusión de algunos estudios estadísticos)?
¿Se puede decir después de saber que el hombre fue pastor los últimos 12.000 años y que sobrevivió hasta hoy e incluso está superpoblando el planeta?
Tal vez ese punto de vista deba pasar de la sustancia a la verdadera variable del fenómeno, es decir al individuo con su experiencia única y personal.
Por una experiencia y percepción única es que a una persona la leche le hace mal al intestino y a otra le hace mal a la piel. Con este modo de entender las cosas inmediatamente el elemento pierde la etiqueta de malo o bueno, y la atención se centra en el modo en el cual el organismo entra en contacto con aquella sustancia. 

La leche es un clásico de la intolerancia, y debemos considerar que es el primer alimento con el cual entramos en contacto al nacer. Incluso, en los primeros meses de vida es el único alimento, el que nos garantiza la supervivencia, por esto es que su importancia se asemeja a la del aire.
Si un bebé está siendo amamantado por el seno de su madre,y allí, acunado en su refugio seguro donde nadie le puede hacer daño, de repente es arrancado por un motivo cualquiera y trivial (por ejemplo porque suena el teléfono y la madre corre a atenderlo dejándolo en cualquier parte), para él esta situación puede visceralmente percibirse como ¨fui abandonado repentinamente, mamá desapareció, es el fin para mí¨.
Siempre y cuando el bebé viva la situación de un modo así dramático, el organismo saca una especie de fotografía sensorial del ambiente y registra los estímulos recibidos en esa situación peligrosísima, entre la vida y la muerte (solo porque miles de años atrás - en términos de evolución ayer- ser dejado solo podía implicar ser comido por una fiera): la leche puede ser uno de los elementos de la fotografía. 
Así, con el próximo contacto con el alimento, el bebé puede alarmarse por un peligro inminente, con la percepción de revivir la situación traumática. 

Este registro profundo, ni hay que decirlo, puede ser cargado sin mucho esfuerzo por el resto de la vida, con una reacción bien definida cada vez que entra en contacto con la leche.
Este revivir el shock a partir de un elemento ambiental cualquiera lo llamamos ¨riel¨.
Cada vez que el organismo reacciona a cualquier cosa en modo automático, se dice que es un riel.
Todas las alergias e intolerancias a cualquier alimento, sustancia u objeto, incluso a veces sólo en una época del año, son rieles.
La mayoría de estas reacciones las creamos en el primer año de vida, lo que no quiere decir que todos los eventos fuertes puedan generar rieles por más grandes que sean. En general es raro.

De hecho crearse un enemigo del cual debemos estar alejados es una superestructura que no ayuda a resolver el conflicto con la comida e incluso exaspera la distancia ya impuesta por la historia personal. 
Y si es cierto que una sustancia puede entrar una y otra vez en el riel, no es cierto absolutamente que existan alimentos que hacen bien y otros que hagan mal: esta es una generalización, casi una superstición, desconectada de la realidad de la biología. 

En el mundo de los comestibles todo se puede convertir en energía, y lo que no sirve es descartado, en cambio, las sustancias no biodegradables y tóxicas son naturalmente rechazadas o expulsadas. 
En efecto no podemos hacernos la pregunta obsesivamente, porque la evolución ya nos proporcionó un Cerbero, coincidentemente justo sobre la boca, que es la nariz, que tiene la capacidad de verificar si esta cosa que está entrando en nuestro cuerpo es buena o mala. Por suerte no nos crece por la espalda.
Y si la nariz desgraciadamente se distrae y por equivocación tomamos un vaso de lejía pensando que es agua, es aquí donde la lengua y la boca sabrán escupirla.
Y si llega más adelante los músculos peristálticos del aparato digestivo saben también funcionar en sentido inverso o aumentar increíblemente la velocidad de la función excretora.

En el siglo XX: ¨Toma leche que te hace bien¨ "No tomes leche que te arruina los huesos¨
En el siglo XXI: ¨¿Que tienes ganas de beber?” ¨¿Que sientes que necesitas?¨

Escuchar al cuerpo es la única garantía de exactitud.



traducción y dirección

Matelda Lisdero

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